Leo con cierta tristeza y no mucho optimismo que uno de los sectores más castigados por la pandemia mundial de COVID-19 es el turismo y, para peor, se espera que lo siga siendo en un futuro inmediato. A todo hay que buscarle una solución, no nos podemos paralizar ante esta situación y no se trata de ser optimista inconsciente, pero tampoco pesimista inactivo.
Al respecto, hay algunas variables a tener en cuenta y reforzar para no caer en desesperación.
Una variante es el ecoturismo que propone actividades de bajo impacto ambiental respetando el entorno natural y su gente: rutas de interpretación del medio natural o cultural, observación de fauna, flora e insectos, educación ambiental o fotografía de naturaleza.
Dentro de esta alternativa podemos considerar el turismo de deporte en el medio natural con prácticas respetuosas del entorno como ciclismo, surf, montañismo, senderismo, buceo, etc.
Asimismo, se viene imponiendo el llamado turismo slow que propone vacaciones “lentas” y tranquilas, con actividades turísticas respetuosas con el entorno natural y cultural donde poder bajar el ritmo, conectar con nuestros seres queridos y recuperar energía para volver a la actividad habitual.
Hay que relegar a un segundo plano, de momento, las acciones para atraer turismo internacional y hay que olvidarse de los precios en dólares, a los que tan afectos somos en Argentina.
Es muy probable que no avancemos demasiado en la rentabilidad de los pequeños emprendimientos, pero algo es seguro, podremos sobrevivir porque esto no durará para siempre… Como dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo dando. Y esto es más importante de lo que parece, porque si poco a poco y casi con timidez nos hemos ido incorporando a la formación virtual, de golpe y sin aviso nos tuvimos que adaptar a la escuela en la red para nuestros hijos, los congresos se convirtieron en virtuales y los centros de congresos en hospitales (como ocurrió en España e Italia), el restorán se redujo al delivery, salir de copas se transformó en beber en compañía de nuestras amistades vía zoom y hasta festejamos cumpleaños en las redes y un sinfín de acciones a las cuales en circunstancias normales nos resistíamos a hacer.
Que ha sido caótico… quizás, pero yo no diría tanto pues bien o mal hemos tenido que reaccionar para que nuestros estudiantes de primaria y secundaria se acoplaran al sistema, muchos sin experiencia previa en él, aunque sí con mucha experiencia y capacidades para la tecnología, muchos con mínimos recursos, padres y madres se convirtieron en ayudantes de docentes. En fin, que la propuesta es la misma para nuestros emprendimientos turísticos: el trabajo en equipo.
Tímidamente hemos comenzado a salir, en algunas provincias más que en otras y poco a poco se espera que lo podamos hacer en todas. De momento, nos podríamos ir moviendo con soltura por nuestro territorio, nuestros departamentos, los departamentos vecinos, hasta completar la provincia entera. Y es aquí donde podemos descubrirlo.
Sabemos que el turismo rural incluye propuestas culturales, intercambio de costumbres, mostrar al visitante cómo se vive y se trabaja allí. Es inimaginable la cantidad de gente que no conoce la vida rural de su propia provincia. ¿Cuantos mendocinos y mendocinas saben cómo se cosechan las nueces o las aceitunas? y ¿en qué época? Como siempre las hay en el mercado… ¿Cuantos conocen las diferencias entre las tradiciones y costumbres del norte de sus provincias respecto del sur?
Y no se trata sólo de revalorizar lo local, ni de vender en las redes nuestras producciones, se trata de pensar y trabajar comunitariamente.
Debemos adaptarnos a una nueva modalidad de gestión colectiva basada en la solidaridad entre vecinos, en donde el respeto entre unos y otros, entre las familias involucradas se transforme en un emprendimiento asociativo de prestación de servicios.
Y esto no es nada nuevo, ya lo practican y con mucho éxito las comunidades campesinas indígenas del norte argentino.
Es momento de pensar diferente, de cambiar el chip y reconstruir a nivel de los territorios como espacios de vida donde tejer redes y alianzas de manera que sea un mundo de oportunidades y encuentros de índole social, cultural, económico y ambiental para poder solventar el día a día de las actividades productivas y turísticas rurales.
El desafío ahora es sostener esos espacios virtuales y sacarles provecho. Intentar la activación de la compra local de artesanías a través de diferentes estrategias que permitan sostener de manera consciente estas actividades que tanto aportan a la cultura e identidad del territorio.
La COVID-19 no es un crisis sanitaria también ha ocasionado una crisis económica y sobre todo social producto de nuestra dependencia de la hiper-movilidad y la globalización. ¿Cuántos argentinos han debido ser repatriados por estar haciendo turismo en el exterior? No menos de 200.000. La crisis de la COVID-19 ha puesto en evidencia la fragilidad de un sistema que hace mucho dejamos de controlar. Ya es hora de retomar las riendas.
La palabra crisis en japonés (危機=kiki) contiene dos ideogramas: peligro y oportunidad. El peligro está, reconozcámoslo, no se puede negar, pues aprovechemos la oportunidad. Algo así como el vaso medio lleno o medio vacío.
Intentemos que esta crisis pueda ser aprovechada para crear y fomentar redes de solidaridad horizontal, ciudadanía responsable y empoderamiento social. Esto es aplicable al diseño de nuevos escenarios turísticos respecto del problema del desarrollo geográfico desigual, orientado a combatir la polarización social y territorial, entre otras cosas, haciéndolo más “doméstico”.
Hay que instalar en la visión local que vivir en el propio territorio no es lo mismo que conocerlo, y eso justamente, es el espíritu a comunicar:
Para más información, participe en la próxima edición del curso a distancia: www.agroconsultoraplus.com/curso-turismo-rural
Excelente propuesta ,cuidando el medio habiente ,cumplir con los protocolos de Covid y conocer nuestra hermosa Argentina